jueves, 12 de julio de 2012

LAS CRONICAS DE MORBO CAPITULO III


"LA NOCHE PERFECTA"



En el backstage amigos, historias, muchachas con la moral aragana. Todo era alegría y excitación, en parte generada por el contenido de los bollones que paseaban los dos enanos disfrazados de Peter Pan contratados por la producción. A los lejos acompañaban Hendrix y su guitarra. Era un cuarto de 20 x 10, que contra la pared del fondo tenia una mesa larga con un mantel de encaje en negro. Arriba de esa mesa todo lo que un rockero que se precie de tal necesita para antes de su presentación:
Sesenta y tres litros de cerveza rubia y veinte de cerveza negra. Cinco botellas de bourbon Jim Beam y dos de medio litro de agua mineral sin gas. Una bandeja con un pollo al spiedo recién cocinado, otra con jamón crudo y una ultima con pebetes de salame y queso. Una canasta con frutas secas de estación y una caja repleta de M&M amarillos.


Afuera, mas de dos mil rockeros abarrotados habían desbordado el boliche y estaban rogando por una patada en el medio del pecho materializada en rock. Era la noche perfecta. No era ni miedo ni nervios lo que sentía Rolando aquella noche, era ansiedad. Ansiedad de pararse frente a su gente,  de volver a colgarse su bajo una vez mas y arengar a los seguidores, como hacia varios años ya no hacia. 
Se abre la puerta y suenan de la boca de Tony, el manager, las esperadas palabras...


• Aprontencen muchachos. En cinco salimos.


Comienza la larga caminata hacia el escenario. Casi todo es silencio. Solamente los pasos sucediéndose se atreven a irrumpir. Ahora si, nervios. La cabeza se independiza del cuerpo. Que si se acordara de las notas, de los acordes, de las letras, de el orden de las canciones. Que si se tropezará y caerá al piso de nuevo, como la ultima vez. Un paso y luego otro mas. El murmullo del lugar ya se escucha con claridad. Los olores son los mismos. Los colores nunca podrían haber cambiado. La cuenta regresiva llegando al final. Nada falta, nada sobra. Un paso mas, el ultimo. Cuándo el pie derecho abandone el aire y de de lleno contra la alfombra que protege al escenario todo habrá terminado. O mejor aun, todo estará por comenzar.


De pronto absoluta oscuridad. Los párpados le pesan toneladas, como si de las pestañas colgaran enormes bolsas llenas con rocas. La fuerte migraña resurge familiar. Su cuerpo gira hacia la izquierda apenas y luego hacia la derecha. Esta echado en alguna cama de algún lugar.
Los párpados vencen y los ojos se abren. Oscuridad. En una esquina una pequeña mesa con un reloj encima marcando las 02:48 am. Toma impulso y comienza a enderezarse. Antes de llegar a estar sentado un fuerte pinchazo lo aniquila por la espalda y en ese momento entiende todo. Levanta la vista y a tan solo dos metros de distancia ve la otra pared de la celda ocho del pabellón uno del COMCAR, en la que ya lleva dos años viviendo.




El fuerte dolor en los riñones no afloja, herida de batallas nocturnas de hace diez años atrás, cuando tenia cuarenta y cinco. A su izquierda, las rejas de la pieza se disfrazan de puerta. A su derecha, una ínfima ventana le permite ver lo que pasa en el mas allá. Afuera el viento sopla encaprichado, la lluvia intensa se empieza a escuchar.

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